Celebramos el pasado 9 de julio, los cien años de la Coronación Pontificia de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, como Reina de Colombia, en momentos muy difíciles de la Patria. Este acontecimiento nos unió y fortaleció la devoción del pueblo de Dios a la Virgencita de Chiquinquirá como la llaman los sencillos del nororiente de Colombia.
En los misteriosos designios de Dios, ha querido que en Chiquinquirá, la tierra de las lagunas y pantanos y la neblina, se manifestase su amor misericordioso y su benevolencia para nuestra tierra colombiana con el milagro de la renovación de una pintura colonial que, deteriorada por el tiempo, se manifestó llena de esplendor y radiante de los colores con los cuales había sido pintada por la mano de los hombres.
“¡Mire, mire señora…! decía una humilde persona, llamando la atención de María Ramos el día 26 de diciembre de 1586. “¡Mire, mire…!” le dice hoy la Virgen Santísima del Rosario al pueblo colombiano, justamente cuando se necesita tanto que la fe y la esperanza renueven las voluntades de todos y sientan que esta nación que mi coterráneo, Don Marcos Fidel Suárez -hombre de fe, de probadas virtudes cristianas e intelectual católica-, consagró a la Dulce Señora, para que ella vuelva su mirada a la verdad, a la vida, a la alegría del Evangelio como camino de reconciliación y de unidad, en estos momentos cruciales para la construcción de la PAZ, que tanto necesitamos.
La Virgen Chiquinquireña está unida a la historia de Colombia, a la vida de una nación que se formó a la luz de la fe y que sigue su camino en los tiempos presentes, mirando con gratitud a tantos años de gloria y a tantos momentos en los que sólo la fe nos ha permitido sortear los dramas de nuestra realidad.
En la Colonia su imagen se multiplicó admirablemente. Entre nosotros tiene también su Santuario y es para nuestros hermanos de tantos lugares de Colombia y del mundo, un referente de esperanza. Boyacá, Santander, Antioquia, la Colonial Santa Fe de Bogotá, el entorno de la capital, Popayán, Ecuador y especialmente Venezuela en sus zonas del Táchira y el Zulia, con Maracaibo y San Cristóbal veneran a la Madre del Rosario, como Patrona e intercesora.
“Eres toda hermosa, amada mía, ni existe mancha en Ti Me robaste el corazón con una sola mirada de tus ojos”, dice de varios y preciosos modos el Cantar de los Cantares (Cantar 1,5 y 4,9).
Tales palabras, nacidas del alma cristiana de este pueblo y puestas en los labios autorizados y místicos de quien aguarda la resurrección a unos pasos de aquí, nos comprometen con la Madre y por ella con su Hijo, a transformar nuestras vidas y hacer de cada momento la edificación del reino de la verdad, de la esperanza, de la paz y de la alegría.
La Reina a quien hoy honramos es la virgen fiel, la que, como nos lo pide el Evangelio de hoy, tomó su cruz, estuvo junto a la cruz, asumió los rigores del dolor humano con una alegría generosa, y en su fidelidad nos muestra cómo se recorre el camino de la vida entregando con amor la esperanza y la verdad. Ella hoy es un signo de renovación y de restauración para nuestra Patria, invitándonos a obtener la PAZ, luchando todos por ella.
Nuestra Señora ha sido peregrina de la esperanza. Muchas veces ha salido de su Santuario, hoy Basílica Menor, para acudir presurosa a consolar la vida de sus hijos, para acompañar la Campaña Libertadora, para ofrendar sus joyas para la causa de la libertad, cuando e Tribuno del Pueblo, Don José Acevedo y Gómez recibió de los Frailes de la Orden de Santo Domingo las joyas el bendito cuadro imagen de la Reina del Cielo para usarlas en la causa de la libertad. Ella ha venido para servir de consuelo al pueblo tantas veces azotado por las calamidades físicas y morales en las que se ha movido nuestra historia. Sus hijos peregrinan todavía jornadas enteras para visitarle y orar a sus pies. Su Santuario es faro de luz y restauración para la fe.
Acompañada por las preces del pueblo fie ha sido, como dijimos, peregrina y misionera que lleva a Jesús en sus brazos para ofrecerlo como única esperanza y como camino verdadero para todos.
En nuestra Iglesia Diocesana ella hace de puente amoroso para unir el corazón de dos pueblos hermanos, ya que en Venezuela se le ama con el cariñoso título de la Chinita, recordando que su réplica, también colmada de signos milagrosos, en su Santuario de San Luis, es signo de que hay un único corazón maternal abierto como casa de acogida y de esperanza para todos. Entre nosotros en su Casita de San Luis, nos hace ir espiritualmente a Chiquinquirá, aquí es nuestra Reina y suscita la devoción y amor de sus hijos.
Honrar a María es el camino más bello y seguro para ir hasta el mismo Señor de la Gloria. Celebremos a la Madre de Cristo, vivamos con el Santo Rosario la devoción a ella y reiteremos cada día que es la Reina de nuestros hogares y de Colombia.
Ella, Renovada, debe ser el modelo de la necesaria renovación del corazón de los colombianos para que, cesando el vendaval de males que nos agobian, podamos caminar en paz, podamos vivir la verdadera dimensión de nuestra filiación mariana que nos mueve a trabajar con pasión y con generosidad en el bien de todos, en la paz para todos, en la comunión de corazones que se saben hermanos y que deben agotar todos los esfuerzos para conseguir una verdadera convivencia en la que la luz de los valores de la fe, nos transforme, nos santifique, nos acompañe para servir mejor, para anunciar mejor el evangelio de la esperanza, para hacer presente el reinado de Dios que es justicia, paz y gracia para todos.
“¡Mire, mire señora…!” Ahora es esta gran Señora, Reina del Cielo, que nos sigue llamado mientras que nosotros le seguimos rogando: “desde tu Santuario a nosotros ven, pues eres la egregia Virgen del Rosario”. Ahora ella aguarda, que le podamos ceñir la corona del amor y de la alegría en la que las joyas son los hijos de Colombia que se saben hermanos y que sienten que la Reina Chiquinquireña es el amor de Dios que nos cobija y que nos cubre con su misericordia.
¡Reina de Colombia, por siempre serás! ¡Es prenda tu nombre de júbilo y PAZ!
¡Alabado sea Jesucristo!