Por: Mons. José Libardo Garcés Monsalve, Obispo de la Diócesis de Cúcuta
El mes de julio nos llena de gozo con la celebración de dos advocaciones de la Virgen muy queridas por todos nosotros: Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá y Nuestra Señora del Carmen. La devoción a la Virgen María en todas sus advocaciones, es un fuerte llamado a vivir en gracia de Dios, que es el estado en el que se mantuvo siempre María, porque es la llena de gracia, como nos la presenta el Evangelio. Una vida interior en gracia de Dios que la hizo proclamar ante el anuncio del arcángel Gabriel: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mi según tu Palabra” (Lc 1, 38), reconociéndose como sierva de Dios que responde auxiliada por la gracia que deja actuar en su vida.
La Santísima Virgen María nos quiere cristianos semejantes a Ella en la vida de la gracia, que consiste en la limpieza de corazón y la rectitud de vida para obrar de acuerdo con la voluntad de Dios. El corazón de María siempre fue limpio, siempre se mantuvo en estado de gracia, fue permanentemente un santuario reservado solo a Dios, donde ninguna criatura humana le robó el corazón, reinando solo el amor y el fervor por la gloria de Dios y colaborando con la entrega de su vida a la salvación de toda la humanidad, en total unión con su Hijo Jesucristo. Así lo enseña el Concilio Vaticano II: “Concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo en el templo al Padre, padeciendo con su Hijo mientras Él moría en la Cruz, cooperó en forma del todo singular, por la obediencia, la fe, la esperanza y la encendida caridad, en la restauración de la vida sobrenatural de las almas. Por tal motivo es nuestra Madre en el orden de la gracia” (Lumen Gentium #61).
Mantenerse en estado de gracia es el camino seguro para cumplir cada día con la voluntad de Dios a ejemplo de María, tal como lo oramos varias veces al día en el Padrenuestro: “Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo” (Mt 6, 10), en actitud de oración contemplativa, en una vida por entero dedicada a la búsqueda de Dios.
En este mundo con tanto ruido y confusión exterior, donde se ha perdido el horizonte y la meta de la vida, se necesita el corazón de los creyentes fortalecido por el estado de gracia, que hace posible el contacto continuo con Dios, en actitud contemplativa, descubriendo en cada momento la voluntad de Dios, con una vida en total entrega a la misión, como María nos lo enseña permanentemente. Es esta la gracia que debemos pedir a la Virgen, cada vez que nos dirigimos a Ella y en los momentos en los que celebramos una de sus advocaciones, renovar nuestro deseo de tenerla siempre como Madre en el orden de la gracia.
Cuando el discípulo de Cristo desarrolla su vida interior, a ejemplo de María, es capaz de discernir todos los momentos de la vida, aún los momentos de Cruz, a la luz del Evangelio. María precisamente enseña al creyente a mantener la fe firme al pie de la Cruz, Ella estaba allí con dolor, pero con esperanza; en ese lugar Ella estaba en total comunión de mente y de corazón con su Hijo Jesucristo, así lo enseña el Catecismo de la Iglesia Católica cuando dice:
“La Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la Fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz. Allí, por voluntad de Dios, estuvo de pie, sufrió intensamente con su Hijo y se unió a su sacrificio con corazón de madre que, llena de amor, daba amorosamente su consentimiento a la inmolación de su Hijo como víctima que Ella había engendrado. Finalmente, Jesucristo, agonizando en la cruz, la dio como madre al discípulo con estas palabras: «Mujer, ahí tienes a tu hijo» (Jn 19, 26-27)” (LG #58) (CCE 964).
De un corazón que aprende a estar en gracia de Dios, brota la capacidad para vivir los momentos difíciles y tormentosos de la vida, como una oportunidad para fortalecer la fe, mantener viva la esperanza y acrecentar la caridad cristiana. María al pie de la Cruz, da a la Iglesia y a cada uno la esperanza para iluminar cada momento de la existencia humana, aún los más dolorosos. María, Madre en el orden de la gracia está acompañando el caminar de todos. También en la Cruz y la dificultad, descubramos qué nos está pidiendo Dios y hagamos lo que Él nos vaya diciendo en el silencio del corazón.
Jesús hoy nos dice que confiando en su gracia escuchemos su Palabra, recibamos los sacramentos, oremos y pongamos de nuestra parte toda la fe, toda la esperanza y toda la caridad, y Él se encargará del resto, darnos su gracia y su paz, en todos los momentos de la vida, los más fáciles y también en las tormentas que llegan a la existencia humana y todos en comunión hacernos servidores los unos de los otros. Solo poniendo al servicio de Dios y de los demás lo que somos y tenemos, todo irá mejorando a nuestro alrededor, en la familia, en el trabajo, en la comunidad parroquial y en el ambiente social.
Los convoco a poner la vida personal y familiar, bajo la protección y amparo de la Santísima Virgen María: Madre en el orden de la gracia, que nos dé la fortaleza para vivir en estado de gracia todos los días de nuestra vida y que en gracia de Dios caminemos juntos, con nuestros niños, jóvenes y mayores. Que el glorioso Patriarca san José, unido a la Madre de todas las gracias, alcancen de Nuestro Señor Jesucristo muchas gracias y bendiciones para cada uno de ustedes y sus familias.
En unión de oraciones, reciban mi bendición.