La liturgia de la Iglesia nos ha llevado de la mano, con un signo precioso, para comenzar la Cuaresma. La Ceniza nos ha recordado que somos polvo y que un día retornaremos a Él. Al recibir el signo de la Ceniza hemos comenzado un tiempo de esperanza y de confianza en el amor de Dios. Este es el sentido profundo de la Cuaresma, que nos regala un tiempo de reflexión y de silencio. Los cuarenta días que Jesús pasa en el desierto, son vividos en la Iglesia desde hace siglos, con la intención de preparar a los creyentes para la Pascua gloriosa de Cristo. Es un tiempo de una profunda dimensión espiritual, que nos lleva a buscar a Dios, a convertirnos, a tener signos concretos de nuestra conversión.
La Cuaresma es un camino. Un camino vivido como Iglesia peregrina que va encontrando en los domingos luces para iluminar su fe y disponer su vida: Las tentaciones vencidas, la transfiguración, la higuera que reverdece, la parábola del Padre Misericordioso, el perdón de la mujer adúltera, nos llevarán luego a la Gran Semana, la de la Redención. La Palabra de Dios nos acompañará con su fuerza, como alimento vivo para nuestro camino espiritual.
Mirar en este tiempo nuestra condición de pecadores nos lleva a confesar la misericordia del Padre que está en los cielos, nos conduce al sacramento de la Penitencia, a la confesión valerosa de nuestras culpas, a la proclamación de la esperanza en el amor de Dios. Posteriormente nos abre a la alabanza y acción de gracias.
La llamada a la Caridad nos ayuda a ser benévolos con el prójimo, a compadecerlo en sus fragilidades y perdonarlo también, para que se pueda vivir la alegría de la reconciliación ya que es preciso tomar en serio la invitación de Jesús de reconciliarnos con el hermano antes de llevar la ofrenda al altar (Mt 5, 23-24), y acoger con gozo la llamada del apóstol Pablo a examinar nuestra conciencia antes de participar en la Eucaristía (cada uno se examine a sí mismo y después coma el pan y beba el cáliz: 1Cor 11, 28) para que cada celebración sea también sacrificio pascual de reconciliación y de paz.
La limosna nos hace salir de nosotros mismos, de nuestro acumular bienes y realidades materiales, nos hace pensar en los necesitados (pobres materialmente y necesitados de nuestra ayuda material y en tiempo).
El Ayuno es una privación voluntaria que genera solidaridad y nos forma en la austeridad. El Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo, ayunamos, dejamos los alimentos para centrarnos en la Palabra de Dios y en la reflexión de nuestra condición transitoria. También renunciamos a la carne los días viernes de Cuaresma. Son muchos los sacrificios que unimos a nuestra vida diaria en estos días, para mostrar que ponemos en un segundo plano las cosas del mundo frente al llamado de Dios. Centramos la atención no en las cosas del mundo, sino que con signos concretos manifestamos nuestro camino hacia Dios.
La Oración en este tiempo se vuelve escuela de fe y de esperanza que nos une con Dios en la plegaria, pero nos permite también escuchar en el corazón la voz de Dios. La oración es nuestro encuentro con Dios, es el diálogo sereno y sencillo con nuestro Padre Dios. En este tiempo fortalecemos esta oración con ayuda de la riqueza de la Palabra de Dios, que en su lectura y meditación fortalecemos un “Encuentro con Jesucristo vivo”.
La Limosna no es simplemente dar cosas, es dar con el alma, con el corazón, compartir los bienes en la discreción de la verdadera caridad, para que Dios nos “abone” en su corazón estos gestos que nos hacen fraternos y nos enseñan a amar de verdad. Con un gesto concreto, en la Comunicación Cristiana de Bienes queremos decir en nuestra Diócesis que “El amor a los niños no tiene fronteras”, ayudando a los niños de la Fundación Pía Autónoma Asilo Andresen.
Las prácticas piadosas son iluminadoras. Recorrer con Jesús el Camino de la Cruz (Vía Crucis) nos forma en la fidelidad, mirar con amor a la Madre del Señor junto a Jesús nos recuerda la fe y la esperanza de la que ella es maestra.
Bienvenida, Santa Cuaresma, camino sacramental de comunión, reconciliación y de esperanza. Todo este esfuerzo nos llevará con alegría a la Pascua de Jesucristo, a la vivencia de los misterios fundamentales de la fe. “Él hace nuevas todas las cosas” (Ap 21, 5), celebraremos la resurrección de Cristo, la viviremos en la bella liturgia bautismal de la Pascua, llenando nuestra vida de luz y alegría.
¡Alabado sea Jesucristo!