Periodico La Verdad

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La Cruz, lugar del reinado de Cristo

La Cruz, lugar del reinado de Cristo

Monseñor José Libardo Garcés Monsalve, Obispo de la Diócesis de Cúcuta

Celebramos en este domingo a Nuestro Señor Jesucristo Rey del Universo. El reinado de Jesús, no es de este mundo, sino que es la instauración del Reino de Dios en la humanidad entera, desde el madero de la Cruz. Jesús duran­te el desarrollo de su misión siem­pre esquivó los momentos en que lo iban a proclamar rey, pero cuando iba camino a la cruz, respondiendo a Pilatos, Él comienza a aceptar que es Rey, no a la manera humana, sino desde la lógica de Dios: “Pilato vol­vió a entrar en su palacio, llamó a Jesús y le interrogó: ¿eres Tú el rey de los judíos? Jesús le explicó: mi Reino no es de este mundo. Si lo fuera, mis seguidores hubieran luchado para impedir que yo fue­ra entregado a los judíos. Pero no, mi Reino no es de este mundo” (Jn 18, 33-36).

En la respuesta de Jesús a Pilato queda claro que su reinado no es a la manera humana, ni como lo con­cibe el poder político del momento, ni como lo esperan muchos de los que lo siguen, sino que su misión es reinar desde el servicio, dando testi­monio de la verdad; un reinado que lo vive desde la Cruz, lugar desde donde sirve a la humanidad, perdo­nando nuestros pecados y dándonos la salvación eterna: “Pilato insistió: Entonces, ¿eres rey? Jesús le res­pondió: Soy rey, como tú dices: Y mi misión consiste en dar testi­monio de la verdad. Precisamen­te para eso he nacido y para eso he venido al mundo. Todo el que pertenece a la verdad escucha mi voz” (Jn 18, 37).

Esta declaración de Jesús ante Pi­latos, que Él es rey, precisamente cuando está a punto de morir en la cruz, deja el camino trazado para el discípulo misionero. Un cristiano es un seguidor del Señor, dando testimo­nio de Él desde el servicio y el lugar del servicio es el último. En una socie­dad donde muchos quie­ren construirse un trono sobre las cenizas de los demás, Jesucristo Rey del Universo, nos enseña que su reinado es ocupar el lugar de la Cruz, para el servicio a los otros, levantando al que está caído en medio del camino a ejemplo del buen samaritano: “Je­sús dirigiéndose a sus discípulos añadió: si alguno quiere venir de­trás de mí, que renuncie a sí mis­mo, cargue con su cruz, y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá, pero que el que pierda su vida por mí, la conser­vará. Pues ¿de qué le sirve a uno ganar todo el mundo, si pierde su vida?” (Mt 16, 24-26).

El camino que el discípulo misionero debe seguir es el camino de la Cruz, renunciando libre y voluntariamente a su propia comodidad, para entre­gar la vida a Dios y a la Iglesia, para transmitir la fe a otros cumpliendo con el mandato del Señor de ir por todas partes a anunciar el Evange­lio: “Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, en­señándoles a poner por obra todo lo que les he mandado. Y sepan que yo estoy con ustedes to­dos los días hasta el final de los tiempos” (Mt 28, 19-20).

En la salida misionera para el anuncio del Reino de Dios, el discípulo mi­sionero tiene la certeza de la compañía de Jesús todos los días hasta el final de los tiempos, pero también sabe con toda claridad, que corre la misma suerte del Señor si se decide a renunciar a sí mismo y car­gar la Cruz, reinando con Jesús des­de el último lugar. En este sentido, el documento de Aparecida nos dice: “El discípulo experimenta que la vinculación íntima con Jesús en el grupo de los suyos es la participa­ción de la Vida salida de las entra­ñas del Padre, es formarse para asumir su mismo estilo de vida y sus mismas motivaciones, correr su misma suerte y hacerse cargo de su misión de hacer nuevas to­das las cosas” (DA 131), naciendo de nuevo para poder tener parte de un lugar en el Reino de Dios.

Todo el trabajo pastoral y la evan­gelización que realizamos a lo largo del año, tiene como objetivo hacer que Jesús reine en el corazón de mu­chas personas y esto será posible si enseñamos a los fieles a renunciar a sí mismos y cargar la cruz para nacer de nuevo desde la Cruz del Señor, transformados por la gracia, para ver el Reino de Dios, “el que no nazca de nuevo no puede ver el Reino de Dios” (Jn 3, 3), de tal ma­nera que el proyecto pastoral tiene a Jesucristo Rey como centro, a quien “hay que conocer, amar e imitar, para vivir en Él la vida trinitaria y transformar con Él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste” (Novo Millen­nio Ineunte 29), que preparamos cada día de nuestra vida centrada en Jesucristo, que reina en nuestro co­razón, hasta que podamos decir con entusiasmo “Tú eres el Cristo, ven­ga tu Reino”.

Como creyentes en Jesucristo Rey del Universo, tenemos la misión de ser reflejo del reinado de Cristo en el mundo, renunciando a nosotros mis­mos y cargando con la Cruz, para tener la vida eterna, cumpliendo el mandato misionero que será posible si nos abrimos a la gracia que nos trae Jesucristo Rey para hacernos hombres nuevos en Él, construyen­do el Reino de Dios en este mundo, desde la caridad, para llegar un día a participar de la gloria de Dios en plenitud con Jesucristo Rey. Que la Santísima Virgen María, madre de la esperanza y el glorioso patriarca san José, custodio de nuestra vida, alcancen del Señor la gracia para servir desde la Cruz, lugar del rei­nado Cristo.

En unión de oraciones, reciban mi bendición.