El agujero negro de la codicia 

“El que atesora para sí, no es rico ante Dios”. De aquí la advertencia: “Guardaos de toda clase de codicia”, Papa Francisco.

Quizá uno de los pocos aspectos de la vida en los cuales poco reflexionamos y podría llegar a hacernos mucho daño es la codicia, un deseo excesivo por obtener a cualquier costo poder u otras riquezas.

Es uno de los llamados pecados capitales que está basado en la errada conexión material con la felicidad. Santo Tomás de Aquino escribió que la codicia es “un pecado contra Dios, al igual que todos los pecados mortales, en el que el hombre condena las cosas eternas por las cosas temporales”.

Este término está íntimamente vinculado con la avaricia, el afán o deseo desordenado y excesivo de poseer riquezas para atesorar. Direcciona por un sendero que lleva finalmente a la pobreza de espíritu.

Erróneamente los seres humanos pensamos que una posición económica brinda el acceso a otras cosas a las cuales no se ha podido acceder y creemos que nos harán felices.

Si este excesivo deseo por tener no es controlado en nuestra vida podría convertirse fácilmente en un vicio que lleva a una situación de esclavitud personal que finalmente nos sumirá en el vacío. Bien quedan las palabras que dijo Jesucristo cuando estaba entre nosotros ¿de qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero y perder su alma? (Mc 8, 36).

El peligro de la codicia La codicia es el germen de diversos daños que degradan a la sociedad como el robo, fraude, falsificación, adulteración de documentos, sobornos, estafas y de muchas otras injusticias que desembocan en la violencia que devora al ser humano, esa que claramente encontramos reflejada en las guerras que han dejado una triste huella a través de los años.

Hablando de la codicia el papa Francisco expresó en una de sus homilías “cuántas familias destruidas hemos visto por problemas de dinero: ¡hermano contra hermano; padre contra hijos!”. Porque la primera consecuencia del apego al dinero es la destrucción del individuo y de quien le está cerca”.

“Jesús dice cosas tan duras y fuertes contra el apego al dinero”: por ejemplo, cuando recuerda “que no se puede servir a dos señores: o a Dios o al dinero”; o cuando exhorta “a no preocuparnos, porque el Señor sabe de qué tenemos necesidad”; o también cuando “nos lleva al abandono confiado hacia el Padre, que hace florecer los lirios del campo y da de comer a los pájaros del cielo”.

No olvidemos tener cuidado ante síntomas como: nunca estar satisfechos o contentos, temer que nunca haya suficiente convirtiéndonos en personas mezquinas o dejar en primer lugar antes que a Dios, el dinero, pues esto nos convertiría, como dice el adagio popular, “en méndigos ricos pidiendo más”.

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