Por: Monseñor Víctor Manuel Ochoa Cadavid
La Iglesia mira con amor y con alegría a Jesucristo, El Señor. Cada año celebramos con mucha fe y devoción la Santa Pascua, es el acontecimiento central de la vida de fe de todos y cada uno de nosotros. Estas celebraciones pondrán a nuestras comunidades en una gran experiencia de fe, porque entramos en los acontecimientos centrales de nuestro camino de crecimiento espiritual como seguidores del Maestro que somos, pues le hemos aceptado en la fe. Precisamente entramos en los elementos centrales de nuestro camino de aceptación del Señor, que por nosotros murió y resucitó, liberándonos del pecado, rescatando nuestra vida del misterio de la muerte, que es fruto del pecado.
Para este momento particular de la historia, donde hacemos la memoria –repetimos en la liturgia y en los signos sacramentales- los misterios de la muerte y resurrección del Señor, nos preparamos con la Cuaresma. Desde el siglo segundo, la Iglesia comenzó a preparar el corazón con signos y hechos concretos de vida, despojándose de sus bienes materiales, de las cosas del mundo, mortificando los sentidos, para entrar con profunda dimensión espiritual en las cosas de Dios.
Los primeros cristianos le dieron a este tiempo una profunda dimensión espiritual, lo asimilaron al tiempo que Jesús pasó en el desierto, como lo encontramos en el evangelio de San Mateo (Mt 4, 1-11). Los primeros creyentes entraban profundamente en la enseñanza de la Palabra de Dios, y desde el relato del Evangelio ir al desierto era volver a la experiencia que vivió el Pueblo de Israel durante el tiempo del Éxodo: Ponerse en camino, libres y ligeros de bienes, en la precariedad de los alimentos que tomaban, poniéndose en las manos de Dios.
La Cuaresma de los primeros cristianos nos enseña un camino espiritual que también nosotros tenemos que acoger hoy, en nuestro tiempo, en nuestra Iglesia de Cúcuta. Vivimos un camino y una historia de fe, en ella Dios nos llama a aceptarlo y a liberarnos del pecado, de la que el Apóstol Santiago llama la mancha del mundo, en una expresión muy precisa para los tiempos que vivimos (Santiago 1, 27). El tiempo de la Pascua nos presentará a Cristo que nos libera, nos libra del pecado (Gal 1, 4).
En la Cuaresma la liturgia se reduce en sus signos, tiene una gran riqueza en las oraciones y en la Palabra de Dios, para hacernos vivir un camino. La Iglesia en Jerusalem y en Roma, vivía en este tiempo las “Statio”, las “Estaciones”, reuniones diarias donde los que iban a ser bautizados en la Santa Pascua eran catequizados, recibían las enseñanzas de las verdades de la fe, estas reuniones litúrgicas, fueron el origen de la celebración diaria de la Santa Misa. El tiempo de Cuaresma es un itinerario, un camino, que tenemos que recorrer con profunda fe y devoción, fundados en la Palabra de Dios que nos habla.
En la Cuaresma, como lo hace la Iglesia desde hace muchos siglos, privilegiamos varias acciones que nos fortalecen espiritualmente: La oración, el ayuno y la limosna. En este tiempo entramos profundamente en contacto con Dios en la oración, un diálogo personal, humano, sentido entre nosotros que somos creaturas y nuestro creador, arrancando un espacio, un tiempo para el diálogo con Dios que nos fortalece, nos anima, nos guía a vivir intensamente nuestra relación con Él, que sí habla en Jesucristo.
El ayuno, como privación de los bienes materiales, dando con la mortificación y las privaciones, un sentido a la vida, y pensando especialmente en los que sufren y necesitan de nuestra ayuda material. No es sólo sufrir o sentir dolor, sino hacerlo, mortificándonos de nuestros pecados y sirviendo a los hermanos con la limosna
Con la limosna, queremos dar algo de nosotros, el fruto de nuestras privaciones para aquellos que lo necesitan y son más pobres. Por ello, en la Cuaresma hacemos la Campaña de Comunicación Cristiana de Bienes, para poner nuestros dones y posibilidades al servicio de los más pobres.
La Cuaresma comienza con el Miércoles de Ceniza, un día de ayuno y abstinencia de carne, que con un signo, un sacramental, la Santa Ceniza, nos recuerda nuestro fin, la precariedad y la finitud de la vida humana. En la Sagrada Liturgia, está prevista una de las fórmulas para la aplicación de la ceniza: “Recuerda que eres polvo y al polvo volverás”, unida a otra muy sentida que hoy usamos “conviértete y cree en el Evangelio”.
Finitud de la vida, precariedad. Nada somos, al polvo volveremos un día y necesitamos por tanto, convertirnos, volver a Dios de corazón, aceptar a Cristo y a su Evangelio en nuestras vidas.
Deseo a todos ustedes, queridos hijos, lectores asiduos de La Verdad, una buena Cuaresma, un tiempo de conversión y de crecimiento espiritual, para que en este itinerario de fe, abramos el corazón a Cristo y nuestra vida sea de verdad una Historia de fe, con Jesucristo que nos reconcilia y nos regala el perdón de nuestros pecados.
¡Alabado sea Jesucristo!