Por: Mons. Víctor Manuel Ochoa Cadavid
Hemos iniciado hace algunos días, en las páginas de La Verdad, una presentación de la Exhortación Apostólica GAUDETE ET EXSULTATE (Alegraos y regocijaos) del Papa Francisco, sobre el llamado a la santidad en el mundo actual.
Con orden hemos repasado cómo la santidad es un llamado para todos los miembros de la Iglesia, que sigue a Cristo. La santidad es un camino para todos hacia Jesucristo en la vivencia y experiencia de su Evangelio. Deseo ahora continuar con esta reflexión y repaso de las enseñanzas del Santo Padre Francisco.
El Papa Francisco nos llama la atención sobre dos falsas ideas de la santidad que son de gran actualidad. La primera falsificación a la cual se refiere el Obispo de Roma es la del “Gnosticismo” (Donde el conocimiento y el saber algo es fruto de la razón y de los sentimientos), donde nos limitamos a los conceptos, a las ideas, a una concepción de la santidad fundamentada solo en ideas y en estructuras de pensamiento. El Santo Padre nos invita a no olvidar tocar con nuestras manos la “carne sufriente de Cristo” (n. 37). Con esta afirmación plantea el peligro de que la espiritualidad y los principios que surgen del Evangelio, fundamenten solo una doctrina teórica. Esta forma indebida de espiritualidad aparece lejos de la realidad. Es la vía contraria a la oración, la devoción, la piedad que solo pone su fuerza en la doctrina.
La segunda falsificación es la del “pelagianismo” (Una doctrina que no corresponde a la de la fe católica, que es una herejía, propuesta por Pelagio, entre los siglos IV y V; donde el pecado original no existe). Entonces, según Pelagio, la gracia de Dios, se alcanza sólo con la voluntad del hombre, confiando sólo en las propias fuerzas (n. 49). Parecería que el hombre es capaz de alcanzar sólo con su voluntad y decisión la santidad. La santidad sería sólo un esfuerzo humano, fruto de la aplicación y del trabajo virtuoso del hombre, sin la participación de Dios. El proceso que lleva a la Santidad pasa por el reconocimiento de los propios límites, la gracia y el don de ella presupone nuestra naturaleza.
El Papa Francisco cita una frase que nos puede iluminar y que es tomada del libro del Génesis: “Yo soy Dios Todopoderoso, camina en mi presencia y sé perfecto” (Gen 17, 1). La santidad es una llamada a la perfección, en esta realidad el hombre alcanza la posibilidad de ser lo que Dios quiere (n. 51). El Papa nos recuerda la doctrina del Catecismo de la Iglesia Católica (Catecismo n. 1998): “El don de la gracia sobrepasa las capacidades de la inteligencia y las fuerzas de la voluntad humana” y, que frente a Dios, no hay ningún mérito del hombre.
Una frase es bien clara: “Solamente a partir del Don de Dios, libremente acogido y humildemente recibido, podemos cooperar con nuestros esfuerzos para dejarnos transformar más y más” (n. 56). La santidad es asociada a la “pertenencia” a Dios, donde el hombre es propiedad de Dios, para mostrarle, amarle y servirle. Una llamada precisa y clara para cada uno de nosotros donde ponemos lo mejor de nuestras capacidades. La santidad es hacer crecer la vida de la gracia en nosotros y esto esta íntimamente ligado también al crecimiento de la caridad en cada uno de los hijos de la Iglesia.
Esta llamada a la santidad es una llamada universal, una llamada que toca a todos y a cada uno de nosotros (no se puede llegar a que el Evangelio sea de unos pocos, de una clase muy selecta de cristianos).
La santidad necesita del esfuerzo humano y de la doctrina, pero no es solamente esto, es una experiencia vivida y personal que cada hombre, cada miembro de la Iglesia debe realizar.
La experiencia de la santidad es el seguimiento de Cristo, de sus enseñanzas, para toda la comunidad de los Discípulos del Maestro. El Papa Francisco nos invita a mirar el rostro de los hermanos que sufren, de los frágiles, de los indefensos y de los que muestran el dolor. Él nos pide revisarnos para evitar estas dos tentaciones de vida. No todo depende de nuestra voluntad, ni tampoco de un rígido modelo de vida que es sólo doctrina. Compartiendo con ustedes, queridos lectores, estas reflexiones, deseo invitarlos a reconocer que esta llamada es una invitación para todos, la comunidad de fe no puede abandonar a ninguno de los hermanos en la fe. Además, se encuentra una vía especial, la vía del servicio y de la entrega a los demás que suscita en nosotros la caridad de Cristo.
Los invito a seguir a Dios, a servirlo, a amarlo y a mirar su presencia en los otros, especialmente los que sufren.
¡Alabado sea Jesucristo!