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¿Cómo tener ESPERANZA en tiempo de crisis?

¿Cómo tener ESPERANZA en tiempo de crisis?

Entre el 19 y 20 de febrero pasados, muchas personas, en Villa del Rosario y Cúcuta, sintieron el estruendo de explosiones y ráfagas de fusil que destruyeron particularmente un peaje y un CAI; un golpe de violencia que sembró pánico, miedo, confusión; era fácil pensar que el conflicto del Catatumbo había llegado hasta nosotros para hacernos sentir sus horrores.

Desde hace más de un mes, han sido tristes las escenas de desplazamiento forzoso que han golpeado a niños(as), jóvenes, adultos; cuántas familias han abandonado sus parcelas, sus animales, sus proyectos, sus objetos básicos para un sustento digno. En Tibú, El Tarra, Ocaña y otros municipios, el asedio de los violentos no ha cesado; las ayudas humanitarias se siguen haciendo llegar para atender la magnitud del problema.

No se pretende en este escrito hacer una crítica a esta dura realidad, pero es la experiencia que tenemos de frente y que invita a plantear unas preguntas: ¿Cómo tener ESPERANZA en tiempo de crisis? ¿Cómo proponer las gracias del Jubileo de la Esperanza cuando el drama de dolor e incertidumbre parece desbordarnos? ¿Qué palabra dirigir a los hombres y mujeres de tan variada condición que están sufriendo el flagelo del mal en carne propia? ¿Qué futuro puede haber donde el presente está tan sombrío? Y en un horizonte más amplio, los sufrimientos humanos son variados: ¿Qué sentido puede encontrar alguien con una enfermedad terminal? ¿Si ya estás condenado a la cárcel como consecuencia de una mala conducta? ¿Ante la devastación que causa un desastre natural que borra terrenos y vidas qué luz encontrar?

Este artículo quiere ser una oportunidad para presentar algunos ejemplos de hombres y mujeres que han vivido experiencias dolorosas en sus vidas y nos narran dónde se han apoyado para afrontarlas y no dejar que las penas sofocasen sus esperanzas.

SAN PABLO, HOMBRE DE ESPERANZA

El gran apóstol cuenta a los Corintios sus numerosas calamidades, sus palabras son claras y dicientes: “(…) Con frecuencia estuve al borde de la muerte, cinco veces fui azotado por los judíos con los treinta y nueve golpes, tres veces fui flagelado, una vez fui apedreado, tres veces naufragué, y pasé un día y una noche en medio del mar. En mis innumerables viajes, pasé peligros en los ríos, peligros de asaltantes, peligros de parte de mis compatriotas, peligros de parte de los extranjeros, peligros en la ciudad, peligros en lugares despoblados, peligros en el mar, peligros de parte de los falsos hermanos, cansancio y hastío, muchas noches en vela, hambre y sed, frecuentes ayunos, frío y desnudez” (2 Corintios 11, 23-27)

Preguntémonos, ¿Por qué san Pablo cuenta estas desgracias? ¿Se está quejando a otro? ¿Le está reclamando a Jesucristo? Si leemos con atención nos daremos cuenta que todos estos hechos dramáticos son la prueba del amor del apóstol por Cristo Jesús y por las comunidades a las cuales les ha anunciado el Evangelio.

Vale la pena citar dónde se apoya su esperanza para resistir a las amenazas, desprecios y maltratos, nos lo cuenta en la carta a los Romanos (8, 35.37-39): “¿Quién podrá entonces separarnos del amor de Cristo? ¿Las tribulaciones, las angustias, la persecución, el hambre, la desnudez, los peligros, la espada? (…) Pero en todo esto obtenemos una amplia victoria, gracias a aquel que nos amó. Porque tengo la certeza de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni los poderes espirituales, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra criatura podrá separarnos jamás del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor”.

San Pablo tiene puesta toda su esperanza en Jesucristo, se siente acompañado, fortalecido y sostenido por su Señor y Dios. La fe en el Salvador es el refugio seguro para afrontar tantas dificultades en el camino de los cristianos; en los escritos del Nuevo Testamento hay una palabra continua de consuelo y esperanza para no dejarse arrebatar el aliento por las amenazas de los enemigos y perseguidores, por las debilidades y eventualidades de la vida (p.e. Mateo 10, 28; Juan 16, 33; 1 Pe 2, 21-23; Hebreos 12, 1ss)

LOS MÁRTIRES, TESTIGOS DE ESPERANZA

A lo largo de la historia de la Iglesia, los mártires han sido los mejores testigos de la esperanza en medio de extremas dificultades; hombres y mujeres que, ante la persecución, el odio, las torturas, las amenazas de sus enemigos y verdugos no dejaron de esperar en el Amor de la Santa Trinidad; su gran esperanza estaba puesta en Jesucristo y sus promesas de vida eterna y sentido pleno, que lo vivían como una realidad ya desde su experiencia en ‘este valle de lágrimas’.

Vale la pena tomarse el tiempo y aplicarse en la lectura reflexiva sobre el ejemplo de fe, amor y esperanza de los santos mártires, se dejan para su consideración unos pocos nombres y referencias que pueden ser fuente de inspiración para cualquier cristiano, así como alguien que se halle en momentos desoladores y tristes:

Santas Perpetua y Felicidad (año 203 d.C. – Cartago, Norte de África): Perpetua era una joven adinerada, tenía 22 años; Felicidad, también joven, era su esclava (situación común en aquel tiempo). Fueron parte de un grupo encarcelado por ser cristianos, pues el emperador Severo había mandado que quienes lo fueran y no quisieran adorar a los falsos dioses tenían que morir. Ambas padecieron la muerte, confiadas en Jesucristo su Salvador. Muchas personas padecieron de la misma manera en los primeros siglos del cristianismo.

Santo Tomás Moro (año 1535 d.C. – Inglaterra): Fue Canciller del Rey Enrique VIII, como se opuso a la conducta soberbia, desordenada y caprichosa del soberano, fue decapitado por su fidelidad a la fe católica; era casado y padres de 4 hijos.

San Andrés Kim Taegon y compañeros mártires (siglo XIX – Korea): Bajo este título se agrupan muchos cristianos asesinados a lo largo de los años en este país asiático (1839, 1846 y 1866). Había entre ellos hombres y mujeres, casados, solteros, sacerdotes, catequistas, etc. Principalmente fueron ajusticiados por no participar en la tradicional veneración de los ancestros, pues se percibía como una idolatría.

San José Sánchez del Río (año 1928 – México): joven de catorce años, que murió apuñalado dando aclamaciones a Cristo Rey y a Santa María de Guadalupe, durante la Guerra Cristera, ésta fue una fuerte persecución contra los católicos; muchas personas padecieron la muerte por expresar su fe.

Beato Jesús Emilio Jaramillo Monsalve (año 1982 – Colombia): Era el obispo de Arauca, cuando fue asesinado por un grupo insurgente mientras terminaba una de sus visitas pastorales; su misión fue considerada incómoda por los violentos, a pesar que trabajaba con empeño por los campesinos, los indígenas y la educación. El Papa Francisco lo beatificó el 8 de septiembre de 2017 en su visita a nuestro país.

PASTORA, MUJER DE ESPERANZA

Cuando el Papa Francisco visitó Colombia en septiembre del año 2017, presidió un Gran Encuentro de Oración por la Reconciliación Nacional (https://www.youtube.com/watch?v=PdRLxt2gdUs&t=1165s), valioso momento con personas víctimas y victimarios del conflicto armado, en la ciudad de Villavicencio; los cuatro relatos escuchados fueron muy profundos, uno de ellos, el de la señora Pastora Mira García (https://www.youtube.com/watch?v=MrxJKNny8qc ), es notoriamente el testimonio de una mujer católica, creyente probada, que por su fe ha podido superar difíciles momentos, sobre todo a causa de la violencia guerrillera y paramilitar; sus propias palabras son un mensaje que sólo tiene sentido porque se tiene mucha esperanza:

Doy gracias a Dios, en nombre propio y de las miles de víctimas que se han sobrepuesto a tener la capacidad de nombrar lo innombrable y perdonar lo imperdonable… soy católica y en varias ocasiones víctima de la violencia

Años más tarde pude cuidar al asesino (de su padre) quien en ese momento se encontraba enfermo, anciano y abandonado…

En el año 2001 los paramilitares desaparecieron a mi hija Sandra Paola, emprendí su búsqueda, encontré el cadáver sólo después de haberla llorado por 7 años, todo ese sufrimiento me hizo más sensible frente al dolor ajeno y a partir del año 2004 vengo acompañando a familias víctimas de desaparición forzada y en condición de desplazamiento…

En el año 2005 (los paramilitares) asesinaron a Jorge Aníbal, mi hijo menor… doy gracias a Dios que con la ayuda de Mamita María me dio la fuerza de servirle sin causarle ningún daño (a uno de los asesinos), a pesar de mi indecible dolor…

Ahora coloco este dolor y de las miles y miles de víctimas de Colombia a los pies de Jesús, de Jesús Crucificado, para que Él lo una al suyo y a través de la plegaria de su Santidad (Papa Francisco) sea transformado en bendiciones y en capacidad de perdón para romper el ciclo de violencia … Dios transforme los corazones de quienes se niegan a creer que con Cristo todo puede cambiar, y aún no tienen la esperanza que Colombia puede ser un país en paz y más solidario…

VALE LA PENA CUIDAR LA ESPERANZA

Los pocos testimonios presentados en este texto quieren ser una referencia concreta, clara, alentadora, para cultivar en nuestra vida y corazón la virtud de la esperanza. Los problemas variados que la existencia nos hace afrontar no nos hagan quedar postrados en el desaliento, la ansiedad, la angustia y peor aún, en el odio, la venganza, la violencia.

Los cristianos miramos a Jesucristo, especialmente en sus sufrimientos, en su Cruz, y allí encontramos consuelo, misericordia, y sobre todo LA ESPERANZA QUE NO DEFRAUDA.

Juan Sebastián Rivera Fellner, pbro.