Con gran esperanza y fe, escribo estas palabras para el periódico diocesano LA VERDAD, que en esta ocasión llega a ustedes por medio de los modernos medios de comunicación social, en forma virtual.
Para todos es bien conocida la situación en la cual nos encontramos por un gran riesgo sanitario, ocasionado por un agente biológico, el virus CORONAVIRUS, que ha ocasionado más de 240.000 contagios, superando las 10.000 personas fallecidas en más de 170 países del mundo, en cantidades diversas pero que ya es una PANDEMIA declarada.
Con nuestros ojos y con nuestra particular forma de comprender las cosas vamos viendo ya los signos de esta gran preocupación para toda nuestra comunidad. También en Colombia, al momento de escribir estas palabras los infectados positivos al virus, son 145 personas y esta cifra está en crecimiento.
Es una triste realidad, que por las condiciones de globalización y de posibilidad de movimiento y viajes que tienen las personas hoy, ha permitido el avance y contagio de este virus, que amenaza la vida humana.
Seguramente hay otros virus y enfermedades que globalmente, ocasionan más muertes entre nosotros, pero la difusión que han hecho los medios de comunicación social y la virulencia y agresividad de este agente biológico, hacen temer un gran número de muertes en nuestro medio, especialmente las personas ancianas, con dificultades y problemas en sus defensas o que tienen otros problemas graves de salud los amenazan grandemente.
Esta situación nos ha tocado también en la fe, en la vivencia de nuestra vida cristiana, privándonos de la celebración de la Eucaristía y de los sacramentos, decisión dolorosa pero necesaria para no arriesgar la vida de muchos hermanos o la vida personal de quien se expone al virus, que es de muy fácil propagación.
Debemos como comunidad de fe, reflexionar también en esta situación y en las enseñanzas que podemos adquirir todos en medio de esta prueba.
Para muchos de nosotros la renuncia a la celebración de la Eucaristía, los sacerdotes la siguen celebrando en privado, nos hace reconocer la centralidad e importancia de este encuentro personal con Jesucristo, donde le recibimos real y personalmente presente en el Pan y el Vino, que son su Cuerpo y su Sangre. También sentimos la ausencia de la comunidad de fe, de los hermanos que juntos se encuentran y viven comunitariamente su fe en la vivencia de los sacramentos, en la formación y catequesis que acompañan la vida cristiana.
También tenemos que entender el sacrificio, la caridad, el dolor de muchos en este momento que están privados de lo necesario por la ausencia de trabajo o de bienes, por la dedicación inmensa que tienen que hacer de su vida y de sus acciones al servicio de los hermanos que viven la prueba.
Esta gran emergencia tiene que hacernos pensar en muchos de los criterios que aplica la economía y el mercado imperante, los salarios de los jugadores son exorbitantes, como las ganancias de los artistas, que seguramente corresponden a su esfuerzo, pero se nos muestra que la compensación de los agentes sanitarios (médicos, especialistas, investigadores, personal de los hospitales, enfermeros) no corresponde a su trabajo generoso y riesgos asumidos en el servicio de los otros.
La situación que enfrentamos, que apenas comienza, tiene que hacernos pensar en valores superiores, el cuidado y la dedicación a los ancianos que tenemos que proteger y acompañar, la dolorosa realidad de los pobres y necesitados, la difícil situación de los que viven en condiciones precarias por la falta de trabajo, de justas oportunidades y remuneración.
Muchos dedicarán su tiempo, su esfuerzo, su tarea con un gran riesgo para atender la emergencia, en primer lugar los Gobernantes, a nivel mundial y a nivel nacional, en nuestra región, de ellos esperamos gran decisión, claridad y precisión en sus decisiones. Para ellos pedimos a Dios las luces del Espíritu Santo. En sus decisiones está el futuro y el rumbo que tomen los volúmenes de contagio de esta enfermedad, que no perdonará a muchos.
En momentos de la historia humana, donde el hombre consideraba que estaba a salvo y se consideraba el amo y señor de la naturaleza y del ambiente, un pequeño virus, ha tomado al descubierto a las naciones más importantes de la tierra, poniéndolas de rodillas. Esta enfermedad nos recuerda la fragilidad de la vida humana, de su naturaleza superior por la inteligencia y capacidades decisionales, propias de su alma, pero también la fragilidad de la condición biológica de la persona humana. Un pequeño virus tiene en vilo a la humanidad entera. Se unen en el hombre su gran naturaleza y valor, pero también su gran fragilidad.
De frente a esta gran pandemia, tenemos que entender que el hombre hace parte también de una realidad biológica muy compleja, que no conocemos totalmente y que muestra la debilidad del hombre.
Tenemos que aprender que el hombre es limitado, y no tiene las respuestas a todos los retos de la vida y existencia humana. La fragilidad y la debilidad de estos momentos nos tienen que llevar a respetar y a defender la vida humana en todas sus dimensiones, desde la concepción, desde el primer instante, hasta el término natural de la existencia, esta es una de las grandes enseñanzas.
El hombre y su inteligencia ha hecho adelantos inmensos en los últimos decenios, especialmente en la medicina, pero en esta situación concreta se encuentra débil y con las manos vacías.
En estas circunstancias aprendemos muchas cosas, una de ellas la necesidad de la caridad y el servicio que debemos todos vivir, para ayudar a los enfermos, a los necesitados, para propiciar la ayuda a quien esté en dificultades. En primer lugar los médicos, las autoridades, las fuerzas del orden -Ejercito y Policía Nacional- que están desplegando su ingente tarea y acción. Es de valorar el esfuerzo de nuestros hospitales, clínicas, lugares de atención médica, a ellos tenemos que ayudar y proteger, de ellos depende nuestra vida.
Gratitud para quienes nos siguen brindando la posibilidad del alimento, la provisión de lo necesario para la vida. Tenemos que ayudarnos y cuidarnos todos, mutuamente, en familia, permaneciendo en nuestros hogares y espacios seguros, para evitar ser transmisores de la enfermedad. Gran responsabilidad en el aprovisionamiento de alimentos y bienes de primera necesidad, caridad hacia los pobres y necesitados, donde podamos ayudar y completar lo necesario a niños y ancianos.
Saludo afectuosamente a los sacerdotes, quienes viven un particular momento de prueba en estos momentos por la ausencia de sus comunidades. Los invito a cuidar a los enfermos, a los pobres, a los necesitados en estos momentos de prueba. A los religiosos y religiosas, también un saludo para que continúen viviendo la caridad de Cristo en sus carismas y llamadas recibidas de Dios. A los seminaristas los exhorto a continuar su proceso formativo con gran responsabilidad, con la oración y el estudio.
En esta grave crisis, como Obispo diocesano de Cúcuta, he repetido la consagración que esta ciudad hizo al Sagrado Corazón de Jesús en ocasión del gran terremoto y que se cumplió en la construcción del Monumento de Cristo Rey que preside la ciudad. A Él, con fe cierta, pedimos la protección de la ciudad y de sus hijos, de Norte de Santander y de Colombia entera, también del hermano pueblo de Venezuela en momentos bien difíciles de su historia. He querido llevar con devoción y solemnidad el Santísimo Sacramento por las calles de nuestra ciudad y bendecir cada uno de sus espacios, implorando la protección del Señor sobre nosotros.
Los invito a que no cesemos en la oración, en la petición a la protección de Dios sobre nosotros y sobre todo el mundo. Con devoción pidamos también a la Santa Madre de Dios que salvó a Roma de la peste negra en el año 590 que nos proteja. Oremos todos con devoción y fe:
Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios, no desprecies las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades, antes bien, de todo peligro líbranos oh Virgen Gloriosa y Bendita. Amén.
San José, nuestro celeste Patrono nos proteja como protegió a su Santa Familia, Jesús y María Santísima.
¡Alabado sea Jesucristo!