La presencia de la Iglesia en el contexto social
“Al atardecer de la vida te examinarán del amor”, decía san Juan de la Cruz en uno de sus escritos, aludiendo al Evangelio de san Mateo en el que se nos advierte que el pan compartido, el techo ofrecido, el amor entregado, serán nuestra corona en la gloria y serán la expresión de nuestra fidelidad a la revelación amorosa de Dios, que nos pide encontrarlo también en el hermano que sufre y en el dolor humano que el mismo Jesús quiso compartir.
En el contexto social del nororiente del país, la Iglesia católica ha estado presente desde la colonización del territorio y ha entregado el tesoro precioso de la fe a todos los hermanos y hermanas que tienen su hogar en este espacio geográfico. La fe y la opción por Jesucristo ha animado nuestro caminar y nuestra acción. Es clara también la tarea de los sacerdotes, religiosos y religiosas, además de los laicos en el desarrollo integral de la persona humana. Queremos dedicar este número especial de LA VERDAD al estudio y al análisis de esta realidad y tarea social de la Iglesia, que no es otra cosa que el ejercicio de la caridad que Cristo nos propone.
La Iglesia es una comunidad viva. Su nombre será siempre comunión y su meta, que es la gloria, se empieza a alcanzar cada vez que se hace vivo el gesto de amor que vence fronteras, la alegría de la fe que tiende puentes donde tantos quisieran construir trincheras de dolor y de amargura. Desde esta tierra, en el camino y en la vía queremos tener a Jesucristo y a su Evangelio como guía y orientación para la lectura de los espacios sociales en los cuales vive el hombre, caminando y viviendo cerca a sus necesidades.
La Iglesia que peregrina en esta parte de Colombia, en este nororiente en el que se dan tantos y tan dolorosos sucesos que nos reclaman acciones vivas, ha sido siempre un signo vivo del amor de Dios y de una caridad activa, con iniciativas concretas y acciones iluminadas siempre por la Palabra del Señor y por el amplio y sólido magisterio social de la Iglesia.
La Provincia Eclesiástica de Nueva Pamplona, con la Sede Arzobispal a la cabeza, con las Iglesias diocesanas de Cúcuta, Arauca, Ocaña, Tibú, son signos de acciones claras y concretas. Sus pastores y fieles han querido responder concretamente a las grandes urgencias y retos de esta zona del país.
Como la primera amenazada en toda situación de vulneración es la vida, es este el primero de los frentes en el que hemos actuado con decisión proclamando la santidad y sacralidad de toda existencia humana desde su mismo comienzo hasta su final natural, proclamando con firmeza nuestra condena a las prácticas inhumanas del aborto y la eutanasia. También en la defensa de la vida humana que ha sido destruida y vilmente asesinada en muchos de los hijos de esta región, a ellos y a sus familiares, víctimas del conflicto, se ha dirigido la atención y el cuidado de la Iglesia.
En la dolorosa situación de los hermanos migrantes, hemos desplegado también todo el esfuerzo de asistencia que supera la misma actividad solidaria porque nuestras acciones están fortalecidas por la constante predicación del Evangelio, porque en cada pan que se ofrece y en cada vaso de agua que se entrega hay siempre una palabra de Dios, una palabra de aliento y de esperanza, porque unimos al don de la caridad el misterio amoroso de la evangelización que transmite la fe al tiempo que acompaña el dolor humano con el consuelo de Dios, con el aliento y la esperanza, con la acogida personalizada de cada hermano.
Con muchas iniciativas sociales, la Iglesia ha querido acompañar a los campesinos, a los que cuidan de la tierra y nos regalan el alimento y cuanto es necesario para mantener nuestra vida material. En un contexto rural en su mayor parte, la Iglesia ha promovido acciones y tareas a favor de ellos, para que puedan vivir dignamente.
Las víctimas de la violencia han sido siempre nuestra prioridad y, arriesgando hasta la vida misma, no han faltado las acciones concretas que busquen una presencia activa, una voz constante de esperanza, una palabra de aliento y de fe. Un mártir, monseñor Jesús Emilio Jaramillo Monsalve, el Beato Obispo de Arauca, es la evidencia de una acción evangelizadora que quiere decirle al mundo que la violencia y la muerte nunca tendrán la última palabra, que los violentos siempre encontrarán una llamada a la reconciliación y a la superación de los odios en el lenguaje del Evangelio que es perdón, verdad y misericordia.
En una región en la que la creación se ve constantemente amenazada por la hostilidad con la que los seres humanos destruyen la vida, hemos mostrado que la Ecología va más allá de la conservación de los recursos, pues su objetivo, a la luz de la fe, es hacer que el hombre conviva en armonía con los seres que constituyen su entorno porque todo es obra de Dios y porque en todo ha de manifestarse el respeto por el medio ambiente que es más que un bien material, es un bien espiritual en el que el hombre vive y convive con sus hermanos.
En nuestro contexto social, hemos hecho una profunda opción por la PAZ, por establer en la acción pastoral diaria, criterios, formas, espacios para la vivencia de la fraternidad, de la comunión y de la defensa de una vida de hermanos que rechace la violencia y abra espacios de convencia fraterna entre nosotros.
En la acción de la Iglesia está la opción por la Justicia social, por el derecho y el deber de proporcionar a todos un espacio para la convivencia, en la cual todos tengan derecho a los bienes fundamentales para su vida. Sobre estas bases tiene que contruirse la verdadera PAZ, fundamentada en la Reconciliación entre hermanos, buscando horizontes de diálogo y de convivencia fraterna basada en la Caridad de Cristo que nos Urge (2 Cor 5, 14).
Somos anuncio vivo del Evangelio en las realidades del ser humano, en el mundo del trabajo, de la educación, de la cultura porque la Iglesia es experta milenaria en humanidad y ha sido defensora de la vida y de la convivencia humana, fraterna, consciente, iluminada por la revelación de Dios en su Palabra y por las enseñanzas de los Papas, especialmente desde León XIII, quien propició el desarrollo del magisterio sobre lo Social, ya evidente en la enseñanza de los Padres de la Iglesia y ya concretado en las acciones caritativas que, desde las primeras comunidades cristianas, han proclamado la grandeza de la caridad, manifestada especialmente en modelos de santidad que han concretado los mandatos del Señor en favor de los pobres y de los últimos. Al enfrentar estos temas, la presencia social de la Iglesia, queremos que los lectores de LA VERDAD, puedan conocer y apreciar y, especialmente, empeñarse también en la construcción de la dignidad de la persona humana, inspirados en el Evangelio de Jesucristo.
¡Alabado sea Jesucristo!