Periodico La Verdad

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“Yo estoy con ustedes todos los días hasta el final de los tiempos” (Mt 28, 20)

“Yo estoy con ustedes todos los días hasta el final de los tiempos” (Mt 28, 20)

Por: Mons. José Libardo Garcés Monsalve, Obispo de la Diócesis de Cúcuta

Estamos culminando el mes de octubre con la certeza de se­guir avanzando en la concien­cia misionera de cada uno de los bautizados, cumpliendo el mandato del Señor “Vayan y hagan discí­pulos a todos los pueblos, ense­ñándoles a poner por obra todo lo que les he mandado” (Mt 28, 19). Frente a la misión llegan también momentos de incertidumbre, por las dificultades que hay que afrontar cada día, incluso el rechazo de mu­chos al mensaje de salvación. Frente a esta realidad, el evangelizador no ha de desfallecer, debe seguir ade­lante con la gracia que viene de lo alto para continuar la tarea, que no es propia, sino del Señor, y Él mis­mo nos ha dado la certeza que no estamos solos, pues nos ha dicho: “y sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta el final de los tiempos” (Mt 28, 20).

Evangelizar es la misión de la Igle­sia y está en nuestras manos ser ins­trumentos disponibles para cumplir con esta tarea que le da identidad a la Iglesia. San Pablo VI así lo enseña: “Evangelizar constituye, en efec­to, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más pro­funda” (Evangelii Nuntiandi, 14), para que muchos experimenten la alegría del Evangelio y den sentido a sus vidas, como lo afirma el Papa Francisco: “La alegría del Evan­gelio llena el corazón y la vida en­tera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del ais­lamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría” (Evange­lii Gaudium, 1).

Dejar entrar a Jesús en la propia vida, en la vida familiar, es tener la ga­rantía de que Él llega para permane­cer, Él estará con nosotros todos los días, en los momen­tos fáciles y difíciles; en las alegrías y en la Cruz, ahí está el Señor caminando con noso­tros, siendo soporte y alivio, dándonos es­peranza en la tribu­lación. El Documen­to de Aparecida nos ilustra esta realidad cuando afirma: “todos nosotros como discí­pulos de Jesús y mi­sioneros, queremos y debemos proclamar el Evangelio, que es Cristo mismo. Anunciamos a nuestros pueblos que Dios nos ama, que su existencia no es una amenaza para el hombre, que está cerca con el poder salvador y libe­rador de su Reino, que nos acom­paña en la tribulación, que alienta incesantemente nuestra esperan­za en medio de todas las pruebas” (#30), porque Jesús camina con no­sotros todos los días hasta el final de los tiempos.

El mundo que está sin Dios se que­da sin esperanza y entra en el vacío y en la tristeza más profunda; el Se­ñor quiere quedarse en el corazón de todos hasta el final de los tiem­pos, pero hay que permitirle la en­trada, hay que dejarse encontrar por el amor de Dios que salva, que per­dona, que purifica y llena de alegría el corazón. El Papa Francisco insis­te en la alegría que da el encuentro con el amor de Dios y lo expresa así: “Sólo gracias al encuentro con el amor de Dios, que se convierte en feliz amistad, somos rescatados de nuestra conciencia aislada. Lle­gamos a ser plenamente huma­nos cuando le permitimos a Dios que nos lleve más allá de nosotros mismos para alcan­zar nuestro ser más verdadero. Allí está el manantial de la ac­ción evangelizadora, porque si alguien ha acogido ese amor que le devuelve el senti­do de la vida, ¿cómo puede contener el de­seo de comunicarlo a otros? (EG 8).

La presencia del Señor en nuestra vida hasta el final de los tiempos, le devuelve el sentido y la alegría a la existen­cia humana y aún en medio de las dificultades, existe serenidad y ar­monía, porque mirar y contemplar el Crucificado, fuente de nuestra salvación, llena el corazón de paz. Esta realidad interior que se vive al experimentar el amor de Dios, es lo que se transmite en el nombre del Señor en el trabajo misionero, de tal manera que, no se necesita mucha ciencia humana para evangelizar, basta experimentar el amor de Dios, “si uno de verdad ha hecho una experiencia del amor de Dios que lo salva, no necesita mucho tiem­po de preparación para salir a anunciarlo, no puede esperar que le den muchos cursos o largas ins­trucciones. Todo cristiano es mi­sionero en la medida en que se ha encontrado con el amor de Dios en Cristo Jesús” (EG 120).

Esta fue la experiencia de los pri­meros discípulos del Señor, ellos después de experimentar el amor de Dios, de inmediato salieron con gozo a transmitir lo que estaban vi­viendo en sus vidas y lo hacían con gozo y convicción “hemos encon­trado al Señor” (Jn 1, 41), y esta es la misión nuestra: vivir el amor de Dios en la propia vida y querer extender ese amor a otros siendo auténticos misioneros del Reino de Dios, porque: “todos somos llama­dos a ofrecer a los demás el testi­monio explícito del amor salvífico del Señor, que más allá de nues­tras imperfecciones nos ofrece su cercanía, su Palabra, su fuerza, y le da un sentido a nuestra vida” (EG 121).

Como creyentes en Jesucristo, si­gamos en salida misionera hacién­donos discípulos misioneros del Señor, haciendo anuncio del Señor diciendo: “Tú eres el Cristo, en­víanos Señor”, comenzando ese anuncio en el propio hogar y en el entorno en el que vivimos.

Que la Santísima Virgen María y el glorioso patriarca san José, alcan­cen de Nuestro Señor Jesucristo el fervor misionero para cumplir con el mandato del Señor de ir por to­das partes a hacer discípulos misio­neros, con la certeza de que Él está con nosotros todos los días hasta el final de los tiempos (Cf Mt 28, 20).

En unión de oraciones, reciban mi bendición.